domingo, 13 de mayo de 2007

[ARTICULO] Erich Fromm y la Humanización del Psicoanálisis

Erich Fromm y la Humanización del Psicoanálisis
Por: Marcos Torres Condori


Todos los “científicos del alma” tenemos un paradigma que ha ganado nuestra predilección. Sin embargo, hay unas cuantas características que nos unen más allá de nuestra orientación teórica. Nos une el sentimiento de admiración ante las expresiones humanas que nos hace querer encontrar su causa primera; nos une también una profunda vocación de servicio que nos hace trabajar incansablemente en pro del bienestar común.

El presente estudio trata de mostrar una de las formas de cumplir con nuestra misión. Trataré de exponer de manera resumida las tesis medulares de uno de los más grandes representantes de la corriente psicoanalítica, cuya mayor atribución es haber tendido un puente entre éste paradigma y la perspectiva fenomenológico–existencial. Me refiero al Alemán Erich Fromm.

Mi mayor deseo es que el lector disfrute tanto de recorrer los siguientes párrafos como disfruté yo escribiéndolos.

Los Paradigmas en Psicología

3 son los más grandes enigmas acerca del hombre: ¿Qué es? ¿De donde viene? y ¿A dónde va? Durante toda la historia de la humanidad ha sido la, filosofía la que ha tratado de dar respuestas a éstas interrogantes. Pero desde 1879 nace la ciencia de la psicología para encargarse de la primera pregunta, ¿Qué es el hombre?, o dicho en términos netamente psicológicos, ¿Cuál es la dinámica del psiquismo humano?

Responder a ésta pregunta no sería nada fácil puesto que los psicólogos tendían que encargarse de teorizar acerca de cuestiones subjetivas, y sería de esperarse que se creara un caos al momento de elegir la forma en la que se enfocarían la conducta y los procesos psíquicos –como manifestaciones de lo que antes se consideraba el alma–.

Martínez (1982) nos cuenta que inicialmente hubieron teóricos en la nueva ciencia que enfocaron la psicología desde una perspectiva naturalista; partieron de presupuestos y utilizaron métodos que habrían sido útiles para otros objetos, como los de las ciencias naturales, sin percatarse que el ser humano es no sólo mucho más que un simple objeto de estudio científico, sino algo esencialmente distinto de los demás objetos. Por lo tanto los métodos arrojaban conclusiones limitadas sobre la naturaleza humana. Evidentemente Martínez con ésta aseveración se refería al conductismo, cuya base epistemológica es el positivismo, una corriente que sustenta que la ciencia sólo debe ocuparse de hechos concretos, tangibles y directamente mensurables, los fenómenos físicos por ejemplo.

Ésta forma de enfocar la psicología ha sido criticada muchas veces por su reduccionismo, fundamentalmente por no buscar la naturaleza del hombre dentro del mismo hombre, sino fuera de él; y porque acomoda su objeto de estudio al método, y no su método al objeto de estudio, como debiera ser idealmente. Una crítica de éste tipo es formulada por Bunge (1972) de la siguiente manera: “La historia de la ciencia factual puede ser constituida como una serie de teorías de la caja negra a teorías de la caja translúcida . La revolución copernicana acarreó la descripción de variables internas que describían el camino real de los cuerpos celestes. La física de campo que reemplazó a las teorías de acción a distancia, comporta intensidades de campo inobserbables. La teoría cuántica se ocupa de inobservables como la posición y el momento de una partícula. E intentos recientes implican la introducción de variables de nivel más profundas” (p. 65–66). Con todo esto, Bunge quiere ilustrar que si la misma física se ocupa de eventos internos (inobservables), ¿por qué la psicología tendría que quedarse en el nivel primitivo, y no penetrar a fondo en su objeto de estudio?

De forma paralela encontramos otros tipos de formas de abordaje del fenómeno psíquico. Desde una perspectiva hermenéutica se presenta el psicoanálisis, que aún cuando su enfoque efectivamente estaba centrado en el mundo interior del individuo, recibiría también fuertes críticas por su forma de hacerlo. Un ejemplo de esto es la crítica, a mi parecer muy acertada, que hace Frankl ( 1978 ) : “Mas si algunos ‘psicólogos desenmascaradores’ (así era como los psicoanalistas se denominaban a sí mismos), no entienden cuando se hallan frente a algo auténtico, siguen desenmascarando. En semejante circunstancia se trata de su propia motivación oculta, de un deseo inconsciente de devaluar, rebajar y despreciar aquello que es genuinamente humano en el hombre” (p. 12).

No nos detendremos en las críticas que se le hacen al psicoanálisis porque más adelante las trataremos de manera por demás extensa.

Ésta comparación de dos de los paradigmas básicos de la psicología (Naturalista y Hermenéutico) fue tarea de Gonzáles (1991); este autor plantea también que dentro del mismo enfoque Hermenéutico existen reduccionismos y reformulaciones; uno de éstos es el enfoque Humanista, que emergería para poner énfasis en la experiencia subjetiva del individuo, en sus significados vivenciales, en su teleología (telos=meta), en su capacidad de trascender al statu quo, en el mundo eidético de los actos cognitivos a partir de su “ser–en–el–mundo” como categoría básica de la condición humana y que puede ser captada al interpretar la expresión del talante de significaciones moduladas en la intimidad del mundo psíquico.

El Humanismo propone una psicología que no se trate de explicar todos los fenómenos de una sola manera, tratando de unidimencionalizar al individuo al buscar un factor determinante de la personalidad –porque posiblemente éste no exista–, reduciendo al psiquismo humano a sólo conducta, sólo inconsciente, sólo percepción, sólo cognición o sólo adaptación. Todos éstos factores coexisten y el ser humano es más que la suma de todos ellos, como decía Lao Tse “El todo es más que la suma de sus partes”. En consecuencia, no se puede estudiar la personalidad desde un enfoque determinista, sino estocástico.

Rogers (1951) puede explicar perfectamente lo que trato de decir: “El hombre no tiene simplemente las características de una máquina, no es simplemente un ser presa de sus motivos inconscientes; es una persona en proceso de crearse a sí misma, una persona que encarna una dimensión de libertad subjetiva. Es también capaz de vivir dimensiones de su vida que no están total o adecuadamente contenidas en una descripción de sus condicionamientos o de su inconsciente. El empuje del movimiento Fenomenológico–Existencial es la voz del hombre subjetivo dirigiéndose a sí mismo. El hombre se ha sentido por mucho tiempo como un títere en la vida, moldeado por fuerzas económicas, por fuerzas inconscientes, por fuerzas ambientales, ha sido esclavizado por personas, instituciones, por teorías de la ciencia psicológica; pero ahora proclama firmemente una nueva declaración de independencia. Descarta las coartadas de la no libertad. Está eligiéndose, esforzándose en un mundo muy difícil, y a menudo trágico por llega a ser él mismo, no un títere o un esclavo o una máquina, sino su propio yo individual y único” (p. 96 y 97).

Quisiera finalizar este primer apartado señalando una cosa que me parece curiosa. La revolución cognitiva tuvo lugar en psicología gracias a que un conjunto de científicos aficionados a la inteligencia artificial se preguntaban: Si le podemos dar la capacidad de pensar a una máquina ¿porqué no se la podemos dar al hombre?; en otras palabras, los psicólogos cometimos una vez más el error de esperar a que otra ciencia saque a la luz los fenómenos que nosotros no nos atrevemos a descubrir. La teoría que presentaré a continuación, rompe esquemas antiguos al tentar adentrarse en los aspectos trascendentales de la naturaleza humana.

El Humanismo de Erich Fromm

A pesar que el paradigma Humanista tuvo una aparición relativamente reciente en la psicología científica, se pueden encontrar Humanistas en las culturas más antiguas. Ponemos remontarnos por ejemplo hasta el año 399 a.c. y encontrar al gran Sócrates y su famosa máxima inscrita en el frontispicio del Oráculo de Delfos: “Conócete a ti mismo”. La doctrina de éste personaje gira en torno a la premisa de que en el afán de satisfacer los placeres carnales, el alma cree que el cuerpo material es todo lo que existe y se olvida de su verdadera naturaleza; por eso es que mientras estemos en éste mundo no nos acercaremos a la verdad si no en razón a nuestro alejamiento del cuerpo, renunciando a todo comercio con él y cediendo sólo a la necesidad, pues la verdadera virtud es una purificación de toda suerte de pasiones (Eggers Lan, 1971). Acá ponemos encontrar 3 de los conceptos fundamentales de la fenomenología: El yo, la existencia, y la libertad.

No es propósito del presente estudio hacer una reseña histórica del enfoque Humanista; cito a Sócrates para preparar el terreno de la teoría que será desarrollada, la teoría de la personalidad de Erich Fromm, encontraremos grandes coincidencias entre sus tesis medulares y la cita del párrafo anterior al exponer un fenómeno que al parecer ha perdurado por siglos, la alienación.
Erich Fromm nace en Frankfurt (Alemania) en el año 1900, proveniente del seno de una familia pudiente con fuertes creencias judías. Estudia filosofía en la Universidad de Heidelberg y realiza sus estudios y entrenamiento psicoanalítico en el Instituto Psicoanalítico de Berlín. Entabla contacto con la Escuela de Frankfurt donde trabaja en estrecho contacto con Herbert Marcuse, Walter Benjamin y Theodor Adorno. Su orientación teórica llevará la marca importante de la Teoría Crítica lo que redundará en un sistema teórico psicoanalítico con fuerte interpretación sociológica.

Durante su adolescencia le ocurrieron dos sucesos que marcaron su vida; el primero a la edad de 12 años con la historia de una muchacha que se suicidó tras la muerte de su padre, en ese momento Fromm lanzó una pregunta que muchos de nosotros nos haríamos: “¿por qué?”; más tarde, encontraría algunas respuestas (parcialmente, como admitió) en Sigmund Freud. El segundo evento fue incluso más fuerte: la Primera Guerra Mundial. A la tierna edad de 14 años, pudo darse cuenta de hasta dónde podía llegar el nacionalismo. A su alrededor, se repetían los mensajes: “Nosotros (los alemanes, o mejor los alemanes cristianos) somos grandes; Ellos (los ingleses y aliados) son mercenarios baratos”. El odio, la “histeria de guerra”, lo asustó, como debía pasar; por tanto, se encontró nuevamente queriendo comprender algo irracional (la irracionalidad de las masas) y halló algunas respuestas, esta vez en los escritos de Karl Marx (Boeree, 1997). Estos dos sucesos influyeron en la formación del carácter sentimental, crítico, cuestionador y humanista que se manifiesta en su producción literaria.

En 1924 cuando es psicoanalizado por Wilhelm Reich empieza a adentrarse en el mundo del psicoanálisis, corriente psicológica de la que se convertiría en uno de los máximos exponentes; aún cuando tendría serias divergencias teóricas e ideológicas como él mismo lo explicita: “Es bien sabido que el psicoanálisis es una terapia para la cura de la neurosis y una teoría científica que trata de la naturaleza del hombre. Lo que es menos sabido es que también constituye un ‘movimiento’, con una organización internacional basada sobre líneas estrictamente jerárquicas, estrictas normas de asociación, y que durante muchos años fue guiado por un comité integrado por Freud y otras 6 personas. En ocasiones algunos de los representantes de este movimiento mostraron un fanatismo que por lo general sólo se encuentra en burocracias religiosas y políticas” (Fromm, 1973, p. 41–42).

El pensamiento psicológico de Erich Fromm recibió una triple influencia: la doctrina judeo–cristiana, que le fue inculcada desde niño; el marxismo, aunque solamente el marxismo filosófico y no el socioeconómico; y el psicoanálisis. Es notoria la predominancia de la última, las dos primeras sirvieron para darle un matiz particular a la teoría psicológica de Fromm, y de ésta manera llevar a cabo la tarea emprendida por él y otros teóricos más: El revisionismo freudiano.

La Crisis del Psicoanálisis

El psicoanálisis ortodoxo tenía que ser revisado por las evidentes falencias que sufría la teoría: poca importancia a las capacidades del “yo”; demasiado énfasis en las motivaciones sexuales, y sobre todo, un desmedro de la influencia social y vivencial en el desarrollo de la personalidad limitándola a un biologisismo extremo. Recordemos que estando en la primera mitad del siglo XX, no se podía dar poca importancia a la influencia social sobre la psicología humana; había entonces que introducir ésta variable si se quería construir de una psicología Holística.

Según explica Marcuse (1967), la crítica contra el psicoanálisis ortodoxo se dividió en 3 alas: En el ala izquierda se encuentra Wilhelm Reich, para quien la represión sexual es provocada por intereses de dominación y explotación; su propuesta carecería de credibilidad por la ligereza en el uso de sus conceptos. En el ala derecha está Carl Jung con su “inconsciente colectivo”, aseveraba la existencia de contenidos psíquicos socialmente aprendidos que eran trasmitidos de generación en generación, mediante el vehículo del inconsciente; si bien es cierto que la teoría de Jung era bastante sistemática, su talón de Aquiles sería el exceso de misticismo con el cual pretende explicar la relación psiquismo–sociedad. En el centro del revisionismo se ubican las escuelas culturales e interpersonales con representantes como Alfred Adler, Karen Horney y Erich Fromm; deslizan el énfasis del pasado el presente del individuo y del nivel biológico al cultural.

La triple influencia de la que hablábamos en el apartado anterior se podría desprender de lo que se acaba de exponer: La doctrina judía le produjo a Fromm una visión casi puritana de las motivaciones humanas llevándolo a rechazar el pansexualismo freudiano. Si hablamos de su influencia marxista, ésta lo llevó a contradecir la idea del psicoanálisis de que el hombre es un ser eminentemente antisocial.

Bajo éste punto de vista se justifica también la revisión de otros conceptos, como por ejemplo es instinto de muerte; Fromm denuncia el pesimismo de Freud pues no cree que el comportamiento esté determinado por la lucha entre Eros y Thanatos, sino por las estructuras de carácter generadas desde el “yo”; mientras según Freud “vivimos para destruir”, según Fromm “destruimos para vivir”. Freud considera el complejo de Edipo como una expresión libidinosa y tanática del niño al querer relacionarse sexualmente con la madre; mientras para Fromm es el deseo del niño de permanecer protegido, el niño ha estado en el vientre de la madre en dependencia pasiva y se ve desprotegido en el mundo exterior, el complejo de Edipo representa el arquetipo del miedo a la libertad. Para Freud la terapia es “un curso de resignación” porque el cliente tiene que descubrir que dejar de luchar contra sus impulsos y someterse a ellos es su única salvación; pero para Fromm la terapia es “el encuentro del individuo con su libertad”, es la oportunidad que tiene el cliente de desplegar todas sus potencialidades latentes. Freud pensaba que el amor no era más que la racionalización que servía para satisfacer el impulso sexual; para Fromm en cambio, el amor es la máxima expresión de la naturaleza humana, la única fuerza capaz de acabar con toda maldad (Fromm, 1941, 1956).
El método y varios de los conceptos fundamentales del psicoanálisis ortodoxo dejaban mucho que desear. Erich Fromm le devolvió al ser humano la dignidad que el psicoanálisis le había quitado. Se adentró en aspectos psicológicos a los que Freud –si es que se había dignado a señalar– consideraba débiles e irrelevantes. Y sobre todo ratificó, en psicología, lo que para la filosofía existencialista era tan claro: a lo único que está condenado el hombre, es a ser libre.

La Alienación Producida por la Sociedad del Consumo

Para comprender la personalidad humana, hay que observarla en el medio natural donde se desenvuelve. Es necesario tener en cuenta dos factores: el Zeigeits, que es la configuración del momento histórico en el que se desarrolla el individuo; y el Volkgeist, que es el componente psicológico de dicha configuración. La obra de Erich Fromm se encarga de describir del primer factor, y de analizar el segundo.

Al describir la historia se pueden encontrar fenómenos tan recurrentes que incluso los legos coincidirían en que hay un mismo mecanismo psicológico escondido en ellos. Existen también fenómenos propios de cada fenómeno histórico, que van cambiando a medida que las sociedades avanzan y las condiciones socioeconómicas otorgan mayor libertad individual. El cambio más notorio se dio en la transición entre la edad media y la edad contemporánea; la primera es caracterizada normalmente por la carencia de libertad, cada quien dependía de los demás, y todos a su vez dependían de Dios. Las relaciones económicas eran incipientes en comparación con las actuales porque el medio y fin de la vida del hombre del medioevo no era la acumulación de vienes materiales, sino el encuentro con su creador; era impensable por ejemplo que un comerciante incluya la perversión sexual para publicitar sus productos –algo que está muy distante de la realidad actual–. Evidentemente, éste es un ejemplo de dinámica del proceso social; la sociedad avanza y el comportamiento colectivo cambia junto con ella; sin embargo, hay un proceso lineal que puede sufrir variaciones, pero ha sido esencialmente siempre el mismo desde que el hombre tiene memoria.

Fromm (1956) plantea que en la actualidad el hombre moderno se a transformado en un artículo; experimenta su energía vital como una inversión de la que debe obtener el máximo beneficio, teniendo en cuenta su posición y la situación en el mercado de la personalidad. Los seres humanos no tenemos dominio de nuestras vidas, y por lo tanto tampoco de nuestra sociedad; al salirse del control individual la producción de bienes y servicios, ha creado un monstruo que ahora lo domina a él; tiene que trabajar más horas, crear medios de trasporte y demás servicios que le permitan ahorrar más tiempo porque si se vuelve incompetente sufrirá el fracaso de sus metas personales; esto le impide mirar en su interior, pues todo lo que considera significativo está en su exterior, se encuentra enajenado, no se siente a sí mismo como centro de su mundo, como creador de sus propios actos, sino que sus actos y las consecuencias de ellos se han convertido en amos suyos (Fromm, 1976).

Fromm (1973) ilustra lo que sucede en la sociedad del consumo de la siguiente manera: “La vida en la sociedad contemporánea se supone que debería tener sentido; pero por lo general el ser humano siente que no es así; y sienten repercusiones que a menudo si ha conservado un resto de sensibilidad terminan en una neurosis; son personas que tienen la sensación de vivir en un mundo que debería excitarlas, interesarlas, ponerlas activas; y sin embargo parecen estar muertas y ser inhumanas”. (p. 85)

Actualmente las cosas se han vuelto demasiado fáciles. En los años ’60 el lema de la compañía Kodac era “usted sólo presione el botón, nosotros hacemos lo demás”. Hoy en día esto se ha generalizado; ahora sólo hay que presionar un botón para tener la comida caliente, presionar un botón para tener la ropa lavada, presionar un botón para enviar un mensaje a grandes distancias o presionar un botón para acceder a más de 80 canales de todo el mundo; la vida del hombre empieza y termina al presionar un botón. Lo que inicialmente representaría comodidad hoy en día representa carencia de sentido, y el ser humano está enajenado de los objetos externos a quienes en un primer momento poseía, pero ahora, ellos lo poseen a él. (Fromm, 1976) Jung (1981) decía: “El hombre moderno es un neurótico que aparenta estar sano”. Definitivamente que si se da el caso de seres humanos que carecen de sentido en sus vidas porque las entregan a sujetos materiales o humanos, nos encontramos frente a un gran problema.

Un caso hasta cierto punto patético es el expuesto por Moscovici (1985); según la teoría de éste autor, Moisés (el patriarca del pueblo de Israel) habría sido asesinado por su pueblo cuando rompió las tablas de la ley de Dios; y los israelitas se sintieron tan culpables después de matarlo que inventaron otro Moisés –falso por supuesto–, desde entonces éste personaje se convertiría en una leyenda por la necesidad que tenía su pueblo de tener un líder a quien someerse –recordemos que Moisés rompió las tablas de la ley por que los encontró idolatrando un becerro de oro, el pueblo no soportaba quedarse sólo sin algo a que adorar–. Al igual que el pueblo de Israel, las masas mediocres sienten una necesidad que debe ser satisfecha, y encuentran esa satisfacción en un ídolo.

Según Bernete (2006), lo que Fromm entiende por carácter social está definido, primero en El miedo a la libertad y, más tarde, en Psicoanálisis de la sociedad contemporánea. El carácter social es el núcleo de la estructura de carácter compartido por la mayoría de los individuos de la misma cultura, a diferencia del carácter individual, que es diferente en cada uno de los individuos pertenecientes a la misma cultura”.

El carácter social tiene la función de moldear y canalizar la energía humana dentro de una sociedad determinada a fin de que pueda seguir funcionando aquella sociedad. ¿No tenía la represión una función parecida con el fin de adaptar el funcionamiento del individuo al de la sociedad? Por cierto que Fromm se refería a la "estructura libidinal", como "núcleo social y psíquico de toda sociedad de clase". Pero, más tarde, añadiría: "Lo que aquí denomino ‘estructura libidinal’ de la sociedad (terminología freudiana), en mis trabajos posteriores lo llamé ‘carácter social’; a pesar del cambio en la teoría de la libido, los conceptos siguen siendo los mismos" (Fromm, 1973).

Definitivamente que el ser humano desde siempre se a preocupado por quitarse las cadenas que lo atan al sistema económico. A medida que las sociedades van avanzando busca la libertad política, económica o social, sin darse cuenta que restringe su libertad individual. Progresa hacia la libertad negativa, que es la libertad de; de los padres, de la autoridad, del estrato socioeconómico. No sabe que al mismo tiempo se encadena a una fuerza psicológica que reprime sus potencialidades y no le deja transitar hacia la libertad positiva, que es la libertad para; para el trabajo productivo, para la autorrealización, para la orientación productiva del carácter, en fin, para desarrollar su capacidad de amar y ser feliz.

El Carácter Neurótico

Hasta ahora, hemos desarrollado la ambigüedad en la que se sumerge el individuo al pensar el desarrollo económico de una sociedad traerá la libertad psicológica de ésta. Para explicar la motivación del comportamiento individual específicamente, Fromm parte de la premisa siguiente (Boeree, 1997): el animal es regido por las leyes biológicas naturales, forma parte de la naturaleza y nunca la trasciende; pero el hombre en cambio, tiene autoconciencia, razón e imaginación, lo que rompe con la armonía que caracteriza la existencia animal. El hombre forma parte de la naturaleza, está sujeto a sus leyes físicas y no puede modificarlas, pero la trasciende.
El hombre, por ejemplo, carece de adaptación instintiva a la naturaleza, carece de fuerza física, al nacer, es el más desvalido de los animales y necesita protección durante mucho más tiempo que los otros. Pero luego, cuando crece y aprende, se nota una mayor adaptación estructural a cualquier medio, lo cual lo aventaja ante cualquier animal.

Ahora bien; Fromm (1941) sostiene que el ser humano tiene una necesidad natural de relacionarse con los demás, como un rezago de sus vínculos primarios que lo atan a la naturaleza.
El carácter neurótico se refleja en las relaciones humanas en forma de carácter autoritario, una forma de relacionarse en la que una persona se considera superior a otra (Von Perfall, 1999). Es en las relaciones Sádicas en las que un individuo busca someter a otros en el ejercicio de tal poder que los reduzca a instrumentos usados para fines egoístas. Por supuesto que si hay Sádicos, hay también Masoquistas que se dejan, y no sólo se dejan sino que también buscan someterse a ellos, porque suponen que los Sádicos tienen la fuerza que a ellos les falta.

La constante en estos dos tipos de carácter es que ambos buscan un ser externo a quien entregarle el don de la libertad con la que tuvieron la “desgracia” de nacer. Ni el Masoquista ni el Sádico son libres el uno del otro, están atrapados en una relación simbiótica (sim–bios), uno no vive sin el otro, si uno desaparece el otro no tendrá a quien entregarle su yo individual.

Existen también relaciones de destructividad, en éstas el objetivo es la eliminación de todo lo que se considere amenazante. En la sociedad contemporánea, la destructividad está racionalizada con la “ley de la selección natural”, el nivel de competencia es tal que se da en todas las formas posibles y no solo en el interés por el éxito personal, sino también –y esto a nivel superlativo– en el instinto de muerte.

Un rasgo del carácter que subyace a los anteriores es la conformidad automática, el individuo no llega sólo a creer, sino también a sentir que sus actos y sus pensamientos son suyos, que es dueño de sí mismo y que puede hacer lo que quiere con su vida; cuando en realidad es “arcilla en manos de alfarero”, está enajenado de una autoridad exterior que lo moldea, que le otorga todo lo estrictamente necesario para construir sus decisiones, al punto que las cree suyas. El gobierno de la propia conciencia puede significar algo aún más duro que las autoridades exteriores dado que el individuo siente que las ordenes de la consciencia son las suyas propias, y así ¿cómo podría revelarse contra sí mismo?

La Naturaleza Trascendental del Ser Humano

Alineación, enajenación, simbiosis, sadismo, masoquismo, miedo a la libertad. ¿Por qué ocurre todo esto? ¿Es acaso parte intrínseca de la naturaleza humana? ¿Habrá alguna esperanza bajo estas condiciones de encontrar la felicidad y el bien común? Para dar respuesta a estas interrogantes, Fromm examina al ser humano desde distintas concepciones buscando coincidencias entre cada una de ellas; el hombre como ser natural, el hombre como ser social, y el hombre como ser libre.

Al nacer el ser humano se desprende de sus vínculos primarios y comienza el proceso de la individuación. Es éste el momento crucial en la historia personal. El hombre se percibe a sí mismo libre de los vínculos primarios que lo hacían dependiente, pero que al mismo tiempo le otorgaban protección, cuidado y satisfacían todas sus necesidades. Empieza a sentirse solo, y el hombre no puede vivir solo. Como señalé en el apartado anterior, el hombre tiene la necesidad natural de relacionarse con sus semejantes; si no cuenta con los mecanismos adecuados para satisfacer esa necesidad aparece entonces la neurosis. El yo intenta hallar seguridad en los vínculos secundarios, la neurosis es un intento de resolver el conflicto entre su dependencia básica y el anhelo de libertad (Fromm, 1941).

El ser humano debe de aprender a transitar desde la libertad de, hacia la libertad para; en otras palabras, no importa la naturaleza de los vínculos ni de los objetos externos de los que se tiene que separar; lo que realmente importa es cuál va a ser la naturaleza de su accionar al lograr su independencia. De otra forma, el hombre estaría preso en una cárcel sin barrotes, de la que no se atreve a salir por temor a no saber que hay más allá; por tenerle miedo a la libertad.

El medio y fin de la libertad positiva es la práctica de un arte, el arte de amar. Uno de los mayores logros de Erich Fromm (1956) fue haber estudiado científicamente al amor; tarea que antes de él muy pocos habían emprendido, y de haberlo hecho, habían llegado a limitar esta capacidad humana a un mínimo de su verdadera significación.

Para Freud, por ejemplo, el amor no era más que la racionalización del impulso sexual; en otras palabras, para él el enamoramiento y el cortejo serían poco menos que un proceso “burocrático” por el cual un varón y una mujer tienen que pasar para satisfacer sus instintos sexuales ya que la represión causada por la sociedad no permite hacerlo directamente (v. gr., como lo hacen los animales).

Sin embargo, si queremos darle una solución a la gran cantidad de problemas sociales causados por la mala orientación de los sentimientos, la definición anterior se queda corta. Es necesario entonces darle un nuevo enfoque a la naturaleza de ésta cualidad humana; y Erich Fromm lo hace mediante un tratado acerca del amor y su desintegración en la sociedad del consumo.

Igual que como ocurre con los bienes de consumo, el hombre es susceptible de alienarse de otro ser humano. Esto ocurre sobre todo en las relaciones de pareja (aunque no sólo en ellas). En la sociedad contemporánea, la persona “amada” se vuelve un producto que se vende al mejor postor; éste obtendrá dicho producto en recompensa a la imagen de éxito social que lo(a) hace atractivo(a) ante los demás; la idea de un intercambio mutuamente favorable. "Una mujer o un hombre atractivos son los premios que se quiere conseguir". En ésta transacción, el amor simplemente no tiene lugar.

Ya no existe ese estado ideal en la que el caballero no se rendía hasta alcanzar la nobleza de corazón y de esa manera ser merecedor de que la dama acepte compartir su camino con él; ahora sólo se adora la imagen externa, porque proyectamos en ésta las potencialidades propias de cada quien que nadie se atreve a explorar dentro de sí mismo.

La condición fundamental para el logro del amor es la superación del propio narcisismo; la capacidad de ser sensible a uno mismo, y de éste modo reconocer que somos uno con los demás. Después de todo, la felicidad del hombre depende de la solidaridad que siente con sus semejantes, con las generaciones pasadas y futuras; depende del anhelo de sentir que su historia individual pertenece a una humanidad y a una historia colectiva (Fromm, 1955).

Individuos sanos inexorablemente conformarán una sociedad sana. Como todo humanista, Fromm defiende la idea de que la sociedad debe otorgar condiciones igualitarias para los individuos que la conforman. Pero las cuestiones económicas son secundaras, e incluso carentes de significado, si las personas no desarrollan su capacidad de la razón, el amor y el trabajo productivo. Por eso Fromm abogó por un tipo de sociedad a la que llamó “Socialismo Humanístico Comunitario: Una sociedad en la que los hombres estén ligados entre sí por lazos de amistad, en la que estén unidos más por vínculos de fraternidad y solidaridad que por los de sangre o patrióticos; una sociedad que otorgue la posibilidad de trascender a la naturaleza, creando más que destruyendo, en la que todos adquieran un sentido de pertenencia, experimentando su propia personalidad más como sujeto de sus poderes que como conformidad; una sociedad en la que exista un sistema de orientación que no necesite distorsionar la realidad humana” (Wolman, 1980, p. 342 – 359).

Intensas luchas y revoluciones sociales han estado presentes durante toda la historia de la humanidad. Sin embargo, como he tratado de exponer hasta aquí, en muy poco han cumplido con el objetivo de construir un mundo mejor. Y es que es más fácil iniciar una guerra que poner la voluntad y el corazón a trabajar para construir la utopía con la que un psicólogo como Erich Fromm soñó. Pero al fin y al cabo, el camino más largo y más difícil es el que hace la deferencia.

Conclusiones

Es importante señalar que ni siquiera los paradigmas científicos más sólidos están libres del peligro de caer en una rigidez extrema, tal es el caso del psicoanálisis. El caso nos demuestra que no hay absolutismos a la hora de explicar la naturaleza humana y que no hay que perder de vista las capacidades que pueden hacer del hombre una persona sana.

Fromm por sí mismo sólo practicó la psicoterapia psicoanalítica, y sólo en un primer momento de su trayectoria como psicólogo. Sin embargo, la teoría de la personalidad que ha sido expuesta en éste trabajo, puede ser tomada como marco conceptual para dos corrientes muy potentes dentro de humanismo: la psicoterapia centrada en el cliente, de Carl Rogers y la psicoterapia del sentido de la vida (logoterapia), de Viktor Frankl.

La primera sostiene que el hombre es un ser libre, que sólo el ejercicio de esa libertad es lo que hace a una persona feliz y productiva, que la persona que viene a terapia es una persona contrariada que no sabe como descubrirse a sí misma, y que en terapia es el lugar preciso para que se exprese la plenitud de su “yo”.

Viktor Frankl por su parte, actúa bajo la premisa fundamental que el ser hombre de manera natural busca un sentido en la vida, tiene una voluntad permanente que lo hace luchar para encontrar ese sentido, y que una persona contrariada (como la que viene a terapia) ha sufrido un truncamiento de esa voluntad, muchas veces por perder de vista su verdadera naturaleza. Lo que hace el logoterapeuta es darle el apoyo necesario para que vuelva a encontrar el sendero perdido.

Definitivamente que una comprensión holística del ser humano puede ayudar a éste de manera cabal a encontrar la felicidad de sí mismo y de los que lo rodean.


Referencias

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Universidad Gestalt de América